lunes, 5 de marzo de 2012

Epifanía.


Desde siempre estuvieron ahí. Aguardando. Cuando la soledad de tus noches era más intensa, haciéndola parecer mas larga. Ellos fueron la palabra oculta entre tus almohadas, lamiendo historias de saliva en esos muslos tan resecos. Posesionándose primero de tus manos, y de ahí deslizándose quedos en tu interior. Fueron ellos los que te hablaron de las formas que oculta la noche. De las sombras que emergen de cada rincón en habitaciones vestidas de insomnio. ¡Del humo del cigarrillo conjurando máscaras sonrientes! ¡De cómo los huesos cuando se acerca el maldecido amanecer se vuelven más y más transparentes! Hasta que casi no pueden sostenerte…

Ellos estaban ahí. Y te hablaban de la angustia de cada nuevo día. Se desnudaban de sus pieles y lamían tus mejillas, recordándote roces que siempre solo imaginaste. Apartaban sus pliegues de piel y te mostraban el color obsceno de la lujuria enardecida. Esa que jamás podías esperar. Te hablaban de la dulce sensación de la sangre ardiente corriendo por tu pecho. Del palpitar de mil uñas descarnando tu piel a la vez. Te hablaron de la cálida sensación de la semilla derramada en tus labios secos,  sedientos de hablar. Y de cómo esos dioses que moran ocultos en el fondo de tu garganta solo podían predicar la mas cruel de las agonías…

Ellos estaban ahí… debajo de tu cama, colándose entre tus sábanas. Y cada noche, cuando al fin te ibas a rendir, ellos poblaban tu mente, susurrándote íntimos secretos. De la semilla llegó la palabra. Del calor estéril de tu vientre llego la nada. Preñado por las mentiras susurradas en la oscuridad. Seca. Anhelante… sintiendo la llama de la desesperación corroer tus huesos. ¡Y sus manos! ¡Siempre sus manos! ¡Desvergonzadas, proclamando su posesión completa sobre tu piel! Empapadas en tu llanto, arrancado con los alfileres de la más cruel de las verdades. Forzando su camino entre los destellos crueles de una luna demasiado alejada. Demasiado lejos como para que sirviera de consuelo…

¡Y lo deseaste! Quisiste saber como sería por una vez, dejar la máscara caer de ti piel. ¡Dejar que los músculos cayeran uno a uno entre los pliegues de las sábanas, mezclándose con el creciente manchón de humedad enrojecida que por fin, parecía alejar la soledad! Sus dedos como garras penetraron. Se clavaron en tus ojos y te mostraron la realidad de los sueños. Recorrieron tus entrañas y te enseñaron a alejar los miedos que acarreaba la soledad. Hambrientos jalaron tus tendones, obligando a tus miembros a temblar ante una pálida imitación de placer. Un placer que jamás habrías de experimentar. Y te corriste. Y con tu humedad tu ser se distendió también. ¡Y ellos seguían ahí! ávidos, burlones… y sus susurros enloquecedores crecían cada vez más, mientras la sangre fluía lentamente sobre el lecho, acumulándose en las profundidades del colchón… arrastrando en su flujo los últimos vestigios, de la ya tan añorado soledad que habías sido….         



Lúcifer Rex

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